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Catarsis

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Catarsis
“De mi demonio y el amor”


Ese quince de octubre fue la herramienta perfecta para que el tiempo se detuviera. Su beso hasta entonces considerado  imposible llegó intempestivamente; un instante efímero que recordarás por el resto de tu vida. Sus labios de canción  abrevaron en los tuyos y recordaste que hay golpes tan fuertes en la vida que no sabes; la vida no es muy seria en sus cosas. Casi un año después de su primer contacto visual pudiste sentir a un dios inasible que te ahogaba. Sentiste su aliento cerca de tu rostro y sólo pensabas en correr lejos, muy lejos.

En la ineludible plática posterior a ese beso, descubriste que otras personas estaban en su vida aparte de ti. Su novio (algo bastante lógico) y tu mejor amigo. (Sí, parece recurso de novela de folletín pero así fue). Es decir que compartías su pensamiento y hasta sus besos con otra persona: tu amigo. El novio te importaba poco, estaba en Europa estudiando y ella no pensaba mucho en él. De cualquier modo estabas compitiendo con un tercero.  Después de esa fecha, pasaron veinte días de citas, canciones, cafés  y algunas palabras furtivas en rincones casi secretos de nombre impronunciable. Ya era noviembre y estabas a punto de enloquecer porque ella no se decidía por ti.

Tu breve carrera como percusionista se vio impulsada por una invitación para acompañar a una soprano y a un pianista en un pequeño recital para toreros y empresarios españoles. El lugar como un preludio a lo que podría pasar: el mágico Palacio de Bellas Artes en la sala Manuel M. Ponce. En ese momento sólo pensaste en una persona para debutar en esos territorios: ella.  Querías que te estuviera observando, que eras un gran músico, un gran artista. Tal vez así se decidiría por ti.

El número musical salió más que decoroso considerando que habían ensayado el mismo día las cinco canciones del programa. Ella estaba en la doceava fila de la sala. Impecablemente vestida, sus ojos observaban cada movimiento que tú hacías con las baquetas, su sonrisa te impelía a percutir tu instrumento cada vez mejor. Fue un muy buen día, pensabas mientras platicaban en la terraza probando un vino tinto. Ella no dejaba de sonreír y tú de enaltecer el ego con todas las felicitaciones que te llegaban. Fue un muy buen día, repetías.

Después la invitaste al bar donde celebrarían la presentación tus amigos. En un momento estaban solos en algún rincón oscuro de ese moderno locus amenus. Intercambiaron palabras de amor y ciertas caricias impúdicas. Tu sangre hervía casi al ritmo de los latidos de su corazón. Bajo las luces rojas del lugar, su cuerpo se presentaba frágil e inofensivo, pero voraz y amenazador. Tus dedos recorrían todo lo que su ropa te permitía. Sus ojos tenían una curiosa mirada mezcla de ternura y lascivia. Su voz parecía la de una sirena y  te sentías como un moderno Ulises atado a un mástil. Llegó la hora de irse; la invitación obligada llegó casi inmediatamente: ¿quieres ir a mi casa? Tardó un poco pero contestó afirmativamente.

¿Quién lo diría? Fue un año de versos, canciones, flores, miradas, llamadas por teléfono, lágrimas, etc. Largos meses en los que pedías su amor y  lo veías vedado para ti.
Ahora, casi doce meses después de que la conociste y veintiún días después de su primer beso está ahora desnuda en tu cama. Respirando suavemente con los labios entreabiertos. Su cara se mantiene sin expresión y sólo un ligero cansancio se dibuja en los pequeños movimientos involuntarios de su bello cuerpo. La observas y sonríes. La amas. Sus brazos abiertos y sus piernas cerradas evocan dulces palabras olvidadas. Su lengua encontró tu cuerpo y te reconcilió con la vida. Te recuerda que estás vivo; cada vez que uniste tu cuerpo al suyo cobijados por el silencio de la noche  lo recuerdas. Su cabello se derrama en tu almohada. Tú sigues fumando el último cigarro y ves que está amaneciendo. Le tienes miedo al sol. Tal vez sea la señal para que despiertes y percibas que estás soñando; pero no, no es así. Tiras la colilla y corres hacia la cama. Levantas la sábana y la abrazas.
Ciñe su cintura, no te separes, ahí estás bien. Roza su mano con tus labios entreabiertos y duérmete, más tarde te explicará el mundo con sus besos. Que no importe si tienen tiempo, en unos minutos, han vivido para siempre.
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